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Bohemia noche

Fueron las esporas, lo sé; los remolinos de inquietudes que atravesaron sin querer, el acantilado de las bohemias noches, donde hasta el vino se vuelve poeta. Fueron las manos dudosas que empuñaron la roja copa y bebiéronse por la piel la ufana algarabía de saberte: íntegra, impoluta, deseada; rodeando la glotis de un trasnoche. No hubieron rasgos anegados de rubor, cuando el beso rasgó la incertidumbre y se estableció en el mediastino aéreo, donde la sangre se alborota y trasciende, más arriba, más abajo del deseo. Defender lo indefendible; contener el aliento entre las piernas; respirar profundo, absorbiendo los remolinos de esporas en travesía infatigable hasta la boca abierta de tu noche, donde la oscuridad del hambre se tragó la flema de la luna y sus rimas, y los escasos arrebatos de cordura. Esa noche amaneció lloviendo en las bocas de los sexos. Sometimos las miserias a los versos trasgresores que hablaron de un amor bohemio en la noche de tu noche. Encendimos las pieles e inau

Devaluado

Soy pobre, pero te he dado mi riqueza en letras. Alguna que otra miseria contaminó mi poesía; es inevitable cojear los ojos cuando la sal adultera. Tan pronto como recojas esta hoja y descifres estos garabatos, seré un indigente más en el cesto de la basura. No es tan rentable la vida de un poeta.

Con sabor a manzana

Todos los días se parecen a ti -en cuanto a sus sabores-. Hoy, por ejemplo, todo fue diferente; he comprobado que la manzana sabe a dulce acides cuando te pienso bajo el árbol eterno. Y me gustan las manzanas; mi casa está poblada de manzanas, mi cama tiene forma de manzanar, vivo en un antro con sabor a manzanas. Hoy he pensado en ti con forma de manzana; de primera mujer en paraíso desolado y encontré un instante de placer entre las semillas que rebalsan tu boca. Como poeta de moradas oscuras, vislumbré un rebaño indoloro de penas entre los dientes sucios y me he preguntado si al comerte también como mi espejismo de edén. / Y no tengo un cepillo dental a mano / Ella ha reído hoy. He reído hoy. Quizás fue la diferencia horaria entre su reloj y mis coordenadas. Vi sus dientes mordiendo la manzana y su boca ampulosa tragarse todo en un instante mutante, en el que pienso que sus ojos manzanas caerán por la gravedad de los días. Y no tengo un cepillo de dientes para blanquear definitivam

Cuatro labios de rosas

Puedo ser el perro bajo el carro y seguir el derrotero de tus carnes, hasta extraviarme donde acaba el norte de tu inescrupulosa vagina. Puedo ser el alienígena en tu planeta extraño de rulos en la boca y de cuatro labios de rosas dulcemente perfumados. Le hablo a tu epidermis, la que deshace mi lengua húmeda; la que respiro como dosis de café de insomnio masticando los sabores de la última cena, pensando que el tren que pasó desabrochando tu sexo encapullado despertó la virginidad del paisaje. Quien dijo que la carne es pecado, seguramente no ha probado tu ostra madura ni ha navegado por las olas de tu infierno en un viaje de ochenta millas, alrededor de tu clítoris.

Como animal domesticado

Me empujaba el hambre me empujaba, y su carnicero vocablo deglutía las ceremonias del vientre. Ánforas de leche eran los senos, dispuestos como grifos sobre un lecho de hambre, mi hambre, el hambre de todos mis hijos. Como niño ciego escaló mi lengua geografías imantadas -mi lengua- de norte lácteo, de pulcros picos níveos; geografía de casta inmensidad -y su piel- manual acelerado sobre cómo llegar al cielo. Como hombre, como animal domesticado, vuelo a saborear la luna y todos los dioses conmigo –también domesticados- moran en su geografía. Llovió entonces sobre las bocas manantial blanco de espuma –dulce lluvia- la lengua –mi lengua- sintiose diosa, el dios Baco bebió de ella -dulce lluvia- y su vino se hizo espuma de leche roja. / Tanto fue el cántaro a la fuente / Fuera de los cuerpos el alcohol, la leche agriada, los senos decapitados y la lengua –mi lengua- Baco murió esa noche alcoholizado; mis hijos se fueron tras otros senos y mi hambre cerró el grifo de sus ánforas. De nada

Desnúdate

Abrázala, despliega su vientre de amapola, ella minimiza todos los desaires, marchita las penas de la luna cuando algún poeta ingenuo la lastima. Erradica sus espinas de amarguras, descubre su esencia de gorrión emancipado. Sal del escondrijo por una vez en la vida. Inténtala, desnuda, dibujar bajo la lluvia, sé la llave de paso de su fuente serena; dile -cuando una lágrima parta en dos su sonrisa- que sus ojos son el coloso de Rodas sosteniendo la ternura. Olvida por un instante tu oficio de anacoreta, sé tú mismo, sé el hambre que desconoces y aliméntate de ella. Pártela en dos equinoccios uno para la tierra, otro para el fuego, que el norte sea proporcional a su planeta, es decir; el centro de su ombligo; para que viniendo del sur o del norte encuentres siempre el camino. Sé tú mismo, no te rindas, la noche absorbe y el cielo clama; abrázala, así como si nada; pon en vuelo los pájaros de su alma y desnúdate con ella, la muerte puede esperar, de todas formas siempre llega.

Así de simple

Ya me ves aquí intentando reprimir mi instinto de hablarte de mil colores sabiendo que los tienes todos y que no necesitas azúcar que tu leche es dulce por naturaleza eso de salir a buscar comparaciones con margaritas palomas caminos no es más que un impotente acto reflejo de acomodar palabras debería ser tan simple amarte así como margarita que eres como paloma empollando un tiempo como todos los caminos con todos esos colores naturales que lo componen que te componen en arcos sería tan simple decir que abarcas todos los quiero pero no necesito escribirte poesía para deshojarte para ver tu paz de laurel en vuelo para recorrerte cada vez cada tiempo en que me recorres sobre los versos repasando mi historia donde sobrevives a golpes a besos de nostálgicos recuerdos.

No es lo que parece

Puedo pensar –eso creo- que no dirás que fui ingenuo por erradicarme hacia vos e invadir con mis obscenos deseos tu pulcra virtud; nada es lo que parece –lo sabes- deberíamos escribir un catálogo de posiciones cibernéticas con los pormenores menores de un sexo sin espumas en la boca, sin brindis de tabaco en los alientos. Puede que alguno de los capítulos sobreviva mientras aplasto un recuerdo, percatándome que sólo fue eso, sopesado por una incrédula virginidad de amores inexpertos.

Naufragio

Dicen que volverás, que estás esclava en la borra torrada de un café, sometido al exilio de tu aroma, mezcla de rouge y chanel. Presagio de vida que no acaba, que oprime con su ombligo un próximo cordón de esperanzas. /Eterno resultante de una resta, no entiendo el augurio trasnochado/ Dicen que el cíclico ritual del mar devuelve los despojos, los inmuniza contra la muerte en una resaca invisible, que no deja ni huellas de su paso, /El mar devolvió botellas, en maremotos de mensajes sin palabras/

Se dejó abrazar

(Para vos) Se dejaba abrazar cual columna de enamorados; se descolgaba desde sus ramas y la mirábamos deslizarse tronco abajo como una danzarina de caño, de los bares donde acaban los que no tienen donde acabar la noche. La llamábamos Madreselva; cuerpo sutil trepador de piernas, lividez de mármol, generosa piel a bocas hambrientas. Pensó una noche mientras descendía por el pasamanos de un amante: -No hay hambre más grande que el hambre de amor sin retorno ni sed tan ávida que la sed de una piedra en el ostracismo del fondo del mar. Y salió a buscar cornisas de cielos, se volvió tejados de otros tejados, husmeó las paredes manchadas de Romeos y Julietas. No subió escaleras, sólo se abrazó a ellas; se dejó llevar hasta darse cuenta que el cielo estaba en su esencia. Entonces descendió sin prisas, encendió el cigarrillo de la noche asióse al pasamanos del amante más próximo. Se dejó abrazar.

Osario

Claros son los reflejos, ya sus ojos muerden los dientes de otro amor de carne y besos. Mis bronquios se adecuan a la apnea y su aire poliniza por última vez mis pulmones. Se manifiesta el temblor con el último tren a Poemalandia, donde deambulan las ánimas de todos los amores muertos. /Esta vez sin boleto de regreso / Bah, eso creo.

Menos tu recuerdo sin dorso

¿Cómo deberé recordarte si hace dos orgasmos fuiste presente y ahora dos pasados en retirada? Ni tu sombra eyaculada al destierro receptará mis ojos sobre tu espalda -no hay espalda- eres un recuerdo sin dorso, yo un frente de batalla para otra guerra. Puede que muerda otro pedazo de gloria antes de acabar en el coito final, donde todo se entierra. / Menos tu recuerdo sin dorso /

Debo dejar la lucidez para más tarde

Debo dejar la lucidez para más tarde y apretar los dientes contra el puño, liberar mi pudor de amar, la absurda vergüenza de amar como si fuese prohibitivo. ¿Y cuál es la culpa de estos años tardíos, de los tuyos precoces a mi tiempo? ¿A quién le debo disculpas cuando el amor disculpa la tardanza, si llegan errados los caminos? Debo dejar la lucidez para más tarde, para verte llegar a socorrer mi espera, para poder decirte no es el tiempo ni el momento del sol naciente que se incendia. Luego, si tú quieres te quedas.

Ecos sin Margot

Me hablaba de la muerte, de las pupilas del sol ausentes en su natalicio, de fenecer dormida sin antes mirar su espejo; Margot de piedra, ángel sin vuelo, siempre partiendo al paraje de la abulia a arrinconarse en el letargo; ancestral parroquiano de su desesperanza. Y no sé ayudarte; mi temor se apretuja sobre tu extendida ausencia sin poder hallarte. ¿Por qué no vuelves con tus alas?

Conjugarte sin tiempos

Dame una razón que te sostenga, un vientre donde cobijar este antiguo embarazo antes que el día te aborte de mi frente. Te quiero en verbo abierto, sin tiempos; conjugarte en voces de pretéritos anhelos sobre un palmo de blancas certezas. Allanarte sin misericordia sobre mis rodillas, hincarme en tu circuito de savia y sangre y volverte amalgama en la vigilia. Mujer de mimbre, morada de tribulaciones virgen fiel a mis pretextos anacoretas. Deja a esta vertiente derramarse en tus entrañas, pariremos mieles de otoños no consumados antes que el día nos aborte sin misericordia.

Sobre tu sombra

Tu risa crecía y crecía hasta volverse lengua; desprendía los botones de mi hambre, bebía en tragos largos mi piel hasta volverme hombre. Crecías dormida en los colchones de mis cejas, yo robaba el sueño de a gotas cuando mis labios se ungían de tus lágrimas; quizás soñabas conmigo y te abrazabas a mi ausencia. / No ha sido en vano dormir sobre tu sombra /

Más allá de toda lógica

Yo te nombro en las bocas de los buzones en las mochilas de los árboles donde anidan los sueños de las aves y declaro de manera arbitraria los solemnes derechos de esconderme contigo en los mismos lugares en donde te nombro. Te nombro y hago con tu nombre la verdad de las flores y me rindo a ellas porque si me rindo me vuelvo parte de tu perfume y me emborracho con él y con ellas hasta que tu risa que flota en las esporas fecunde en racimos de piel. Te nombro y se eriza la calvicie del tiempo un resplandor surca el país del no me acuerdo donde guardo los acuerdos los sabores sinsabores que gustábamos antes que cayera mi nombre en el hueco amnésico de tu boca. Al nombrarte recupero la locura mi delirio errático cobra vida se mete en las bocas de los buzones y en las mochilas de los árboles a morar junto a los sueños de las aves que tallan nuestros nombres en sus alas y vuelan más allá de toda lógica hasta olvidarse que son partes de mi sueño. Ellas tampoco regresarán.

Sensatez

Nuestro amor se sostiene de dos agostos duros la deliciosa complicidad de un paraguas y un medio sueño que por abrazar la plenitud del sol podría explotar en mil exilios. Mejor gocemos en la segura mitad la calma noche de los amantes.

Causalidad

Si no hubiese escrito aquel poema justo cuando tu instinto lamía el aire, no encontraría en cada despertar esquelas escritas con rouge colgadas de mis labios. / Quizás ahora estaría escribiendo un poema por si tu instinto pasare lamiendo el aire /

Bajo relieve

Es el aire, las piedras del camino las mapas debajo de ellas las arrugas. Las curvaturas de tus piernas y el invierno. Son los rostros sin memorias de las hojas. Vuelves, siempre vuelves a ser la gaviota enamorada buscando la quilla de mi abandono a alimentar mi fantasma. Me naufragas de un disparo debajo de las piedras y regresas al laberinto donde no puedo tocarte ni con estos mustios versos.

El deseo

Murmuré tu nombre como al azar como al descuido casi como una maldición. Apareciste del aire... - ¡Pide un deseo! Dije. Y desaparecí.

Por las rosas eternas

Confío que sentiste lo mismo que amaste como amé que tuvimos un sueño en común o un amor fuera de lo común; lo cierto es que compartimos el mismo abismo. No hay rosas eternas, sí, hay ojos dispuestos a sonreír; hay risas interiores esperando vernos paisaje. Podríamos: tú cada tanto… yo alguna que otra vez, coincidir en carriles opuestos de trenes opuestos de ventanillas opuestas de rumbos opuestos; coincidir esa mirada que nos bese ese instante fugaz el lugar exacto y detener ese efímero beso de miradas, de sonrisas en la luminosidad de un flash para decirnos: hasta pronto amor confío en ti confía en mí; eternicemos las rosas.

Naturaleza muerta

Olvidarte quizás no sea más que un paso a la historia como decir he revertido una derrota; en fin; tan sólo dar vuelta una hoja y sorprender debajo a escarabajos que despavoridos buscan el espacio y chocan entre ellos hasta que descubren que fue una bocanada de alivio desprendiéndoles el moho de su letargo. Para luego regresar a la humedad de su silencio a conciliar el sueño.

Dádivas

Ofreciste tus manos a este ciego. / Dar para recibir / Irreverente -tomándote el brazo- entallé tus caderas y en una calle insomne acabó el deseo entre tus piernas.

Deshabitarte

Intenté habitar tus excusas mis rodillas lastimadas enlutaron los adoquines, a ti no te importó, estabas ausente; no podías reprimir tu abandono de luces y fue la justa razón para curarme de espanto, de la impiedad de tu piedad atiborrada de palabras, demasiadas palabras. Caminé entonces con mis codos aferrados a las paredes dejando mi piel en sus besos de ladrillos y concreto; la cal tiñó de blanco el dolor y sangraron las calles bajo mis rodillas.

Impersonal

No soy el que piensas, pero soy bastante parecido a este que te escribe. Aunque alguna vez te haya amado, no queda claro quien te amó, si el que piensas que soy o el que te escribe; puede que ambos aún te amen, lo que no sé es cuál de los dos soy.

Sinsentido

Es ilógico decirte que me llenas cuando estoy vacío. Un sinsentido es llenarse de recuerdos porque son sólo vacíos. Pero eres el mejor de mis recuerdos aunque me dejaste vacío cuando te llenaste de olvidos.

Mujer de hierba

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Ahora es hierba, su imperecedero frescor arremolina entre mis vuelos de poeta, sólo puedo absorber su verdor como savia; como alimento, sólo su recuerdo. Muerde uno a uno mis dedos, jala el gatillo de mis verbos, la esperanza de cuatro pétalos se ciega y susurra al oído de las hojas su abandono de piedra que abraza las palabras donde ella reposa; mi memoria. Es mi memoria; ella canta porque es más que mi canto es más que dos bocas entreabiertas enamorando espejos lamiendo el rubor de su propio rostro; mi rostro que bebe su reflejo. A veces evitamos las miradas, hasta que vuelvo a llover y ella llueve conmigo.

Como si nada...

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Tapaba mis baches, mis imperfecciones, los caprichos de mi sistema linfático; drenaba mis tiempos de roca muerta y ablandaba la reciedumbre de mis palabras; partió con el alba, cuando nadie lo previó ni un iluminado descerrajó un aviso, y volvieron las barricadas cerrando la circulación de versos en libre tránsito. Planté un ciprés en la puerta de la aurora, los vientos no entran a robar su aire. Ella está conmigo sentada a mi diestra cada luna me besa la espalda con sus pechos, me dejo caer entre sus ramas que se vuelven manos donde cantan liras y la prisa es solamente abrazarla, como si nada, como si nunca se hubiera ido, como si nada…

Desorbitada

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Ella vino de la nada tocó el techo con su ego lavó sus manos en las rosas rozó unos labios de un te quiero de espinas. /Luego partió. Fue un instante/ Escapó dejando agujeros negros en el planeta de los simios. Surca su órbita de espinas en el cielorraso de estos ojos.

Hambre

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Imaginarte carne piel de rosas sazonadas lascivia, vértigo visual alucinante ¡Hambre! Impoluto espejismo euforia elevada en andas del éxtasis ventral. /Eros y Tánatos/ Estremecido pacto dos en uno, por dentro la carne por fuera la carne y el hambre ¡Insaciable!

Geometrías

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Una de nuestras noches, por decir una; la procaz beatitud y sus descuidos, la geometría de tu espina, línea amoldada a mi plexo. Teorema perfecto: expuesto, resuelto, austero de culpas, abierto en vértices febriles. Inevitable esa noche, una de nuestras tantas mentiras.

En latidos

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Son mis deseos rebeldes los que anhelan el nácar de ti el fruto rojo de tu mar negro, monte de un faro amanecido. Te presiento; emancipadas manos en el ventral desarrollo del aire, médula del tiempo, polvo y escamas de un abrazo en remembranzas; mujer de lino, de velas izadas altar de mi sino envejecido. /Te entrego en piel y huesos las cadencias musculares -en latidos- un corazón corrompido, malhumorado, enojado con sí mismo/ Revive la carne; el alma partió hace tiempo.

A lo lejos; el viento...

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Nos abrevábamos y eran tus risas cascadas de oro desde tus ojos, explotando en vértigos atómicos. Hacíamos de la nada el todo más absurdo, la nariz imperecedera del payaso; simulábamos la luna en los redondez de un queso; fuimos necesariamente espejos. Dime amor, relámpago azul atravesando mi estío; si el planeta rojo que inventé para ti sobrevivió al holocausto de los miedos; si la etérea rosa y su coraza soportó tus inviernos. Dime; si la espera del último tren arrancó de cuajo las telarañas que tejiste en los recuerdos dejando las huellas de tus agujas en tu enmarañada estratagema. Uno: el abandono; bronce oxidado de badajos; dos: la calle picada por los golpes de un guijarro. El perro sobreviviente de litigios, huérfano de guerras clandestinas de abrazos, se fue tras de ti, yo me quedé varado A lo lejos, el viento susurra un nombre: desconcierto -tras tus pasos-.

De todos los suicidios

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Se rebela el hambre y debo amarte no importa cómo así ausente lejana inexistente. Amarte en verde amor mío, en verde despuntando azar así a plena luz entre corcheas de letanías. Sin el menor rencor sin la hiel abandonada en mis cavernas así gris de encierros de los celos madurándote. Debo amarte como vorágine como aspirante a loco así vehemente con espinas en las palabras. De todas las formas de todos los suicidios.

Dame las manos sembradas de ti

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Dame las manos sembradas de ti para vestirme de ellas y ser le caricia perpetua el código cifrado de tu génesis y sentirte la maravilla cubriendo mi universo. Abraza mi espera y sus rincones ocultos anhela conmigo pisar la misma huella el mismo tránsito por callejas ebrias cuando cante el alba su sed de vino. Dame el tiempo de alondra temerosa haré un nido de gárgola entre dos torres de nacarados sueños donde gima el vientre su hambre de vida. Regresa ahora del silencio hay una espera de labios impacientes colgados de una antigua melancolía encuadrando los mustios recuerdos. Se por un instante la plegaria del beso la reconciliación de la rosa y su espina; no niegues a mi infortunio el derecho a reencontrarte. Hay buscadores de olvidos espiando las calles ellos pervierten los recuerdos y sus huellas los mapas y sus trazados que te lleven a rozarme; se la cruz de mi brújula, mi molino de viento. La urgencia que clama mi simiente en la vorágine crepuscular del hombre; el que ansía ser inm

Tú, blanca estatua de nubes

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Voy mudando de rincones, los ocho vértices posibles del cubo pretendiendo encontrarte amparada en sus bocas hambrientas; tú, blanca estatua de nubes te escapas por la comisura del vacío sin poder detener la estampida de los sapos enamorados de la oscuridad, los que se rebelan cuando bosteza la luz. Después, la consola solar y sus vinilos multi orgásmicos refutan la vorágine del viento y son miles los lúmenes nacarados explotando en racimos sobre los ojos. Y te acercas liberada en batir de alas, me vendes un sueño, plantas un unicornio sobre un cono de fresas y yo te miro, sí, absorto te miro como construyes ladrillo sobre ladrillo el castillo de naipes más bello, el puente levadizo a tu corazón de manzana con ríos de chocolate y menta y expones tus trazos en veleros para navegar infinitos. Y me deslumbro, tomo tu sonrisa, la calzo en el dedo anular del sueño; me permito ser aventurero intrépido caballero de tinta y pluma, un aprendiz de poeta inventándote en versos.

Sin poder abrirte

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Pensarte en la acequia de la noche, ajena, distante mientras la llave se traba y no puedo abrirte. Desheredarte el mar, que no te distraigas con sus guiños de ausencias y voltees los girasoles hacia el resplandor que se cuela debajo de tu alfombra. Pensarte, sólo pensarte, difuminada en la inalcanzable distancia, “conociéndome largo como el espacio de un beso”. --- “conociéndome largo como el espacio de un beso” A.Margot (Poeta)

Cuando mi hombro te inventa

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No sé quién eres si tus huellas van o vienen o viceversa; hasta a veces pienso que no existes más que en mis hombros cuando te invento hablándome al oído. Pero respiras, siento tus pulsos, en la misma pendiente que abraza mi garganta cuando cierras la ventana y el día se alarga hasta el tiempo de volver a rozar tu misterio, donde otra vez vuelves a ser suspiros que aprehendo entre mis dedos; en la afinación de mi lengua que repite tu canto besándome al oído cuando mi hombro te inventa. Un día de estos se me dé por confesarte; quién sabe... hasta puede que te bese. Mientras tanto cuido la rosa que te extraña.

Cien mil noches para extrañarte

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Quizás las cien mil noches con sus despedidas, no lo sé, pero me provoca tristeza verte partir, como si se apagara el alba y todo quedara otra vez en penumbra. Quizás sean las mareas de murciélagos y la luna o la sombra de la rosa que se pierde en la curvatura de la tierra; la mano temblorosa que sostiene tus alas para que vueles tras el sol. Quizás no busques un sol y sólo estés de paso besando las palabras las que alguna vez fueron versos y hoy rescatas como si fuesen hermosas flores de otoño. Es verdad, hay tristeza en el aire, verte desde atrás cuando cada vuelo te marchas apagas la vela y enciendes la noche y todo queda otra vez en penumbras hasta un nuevo hola amanecido al desayuno siguiente. Quizás sea solamente otra noche para extrañarte y estás triste y estoy triste porque lo estás, sin poder siquiera abrazarte, como a la sombra de la rosa que se pierde en la curvatura de la tierra.

La consigna de otro intento

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Volver a amarte, volver al origen de donde nunca me he ido; de tu alborada azul de tu pequeño tutor de mimbre donde aún descansa mi sombra; allí sobre la planicie ansiosa de estíos. Volver hasta la orilla emancipada, hurgar en los trastos olvidados donde marchitas las hojas que escribimos reverdezcan en abrazos de lluvias; donde purgar la condena de los descuidos sea la consigna de otro intento. Volver y ser, la palabra en tu boca, el nombre austero que llamas, el que muerde tu melancolía tu espera imposible, la que no esperas desde la brújula rota olvidada en los jardines de un adiós egoísta. Volver y desoxidar los labios abarrotarlos de sabores nuevos y encontrarnos a la intemperie desnudos en el primer beso, sabernos antiguos amantes recuperando la magia de los sueños.

Despiertas...

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Amor hambriento, aliento a fecundo polen gestado entre tus piernas. Primigenio amor, lactancia adormecida, nido y cencerro llamando al albur a rebelarte, a ser la esfinge de caña dulce y morir bebida en la cosecha de la sangre, de tu sangre vertida, erupción volcánica amor de magma cediendo al conjuro ígneo de la carne.

Tu paz en calcetines sobre mi fachada

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Pasas y todo muta; los helechos se descuelgan en lluvias, los pisos cuadriculados giran, se tornan armoniosos calidoscopios; el gato se vuelve alfombra y tus pasos de seda peinan la brisa del silencio con su lenta melodía. Pareces la paz en calcetines recorriendo mis fachadas. Pero no te quedas, pasas a respirar huidas de corduras a embalsamar palabras en versos de yeso, irreconciliables con el anárquico ritmo de tus tiempos. Pides silencio, que hay ave emplumando miedos, que la frugalidad del nido servido corteja tu libertad de vuelos con chantaje de besos. Y pasas, como musa onírica en los acordes orgásmicos de mis versos, y el silencio calla para oírte en poesía; tu paz en calcetines sobre mis fachadas.

Viento, el mismo viento

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Me gusta el otoño con su calvicie de hojas con sus pestañas secas como hojas de recuerdos; cada una es una escama de memoria. Tú y las huellas regando de esencia; un soliloquio de espantapájaros en un campo de palomas y sus vuelos de hambres sobre la piel de sus harapos. En los surcos de una frente marchita, el otoño acumula tus hojas. Viento, el mismo viento susurra un nombre cosechado y las palomas sobrevuelan, el campo estéril de tu memoria.

Articulando-te

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Llegas, tocas, ordenas; impulsos contraen y relajan; vertiginosas hormonas, adrenalina en danza, euforia en suspenso; ciento veinte pulsaciones ecos de tu llegada; arritmias en Si bemol predicen en sostenido la eyaculación del alma. Articulando-te me desnudo, entre el beso y las palabras.

Cinco minutos

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Elegía de vientres anexados implorando dos toques de cesura, duelo de sábanas pintadas de transparentes huellas. El silencio pintó agujas en los ojos. Un cielo de terrazas caía del abandono y una cola de esperma flotaba sin su cuerpo, moría suavemente el éxtasis, arrollador génesis abortado. Cinco minutos aplacaron la urgencia, las agujas clavadas entre las costillas del tiempo sucumben como gigantes tótems en las espaldas indiferentes. Inexorable el tiempo acaba. Se duerme mirándose entre dos coordenadas extraviadas en el meridiano del vetusto deseo; la absurda mentira del amor eterno.

En el vértice de la aurora

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Palpar la piel, robar de a dos los besos a la tarde; eso dijimos, sentados al poniente de un deseo. Atravesar la puerta hasta esa luz, beber las calles desde la pausa del sol hasta el ansiado abrazo de las farolas. ¿Qué harás amor, cuando acabe la noche? Sonrío y callo sobornando en besos los radiantes jazmines de sus senos. Pienso. Mientras en el vértice de la aurora la luna musita un hasta luego. Palpar la piel, sustraer los restos de la tarde: trozos de sentidos esparcidos, leños calcinados, para renacer luego en cada beso de memoria cuando enrarezca el aire y el yermo vientre del deseo se haya ido. No tú ni yo; el deseo.

Abandono

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Apenas abro a tus ojos me descubro ausente, indiferente a tus miradas; el abandono y yo murmurando desconciertos. Cuando olvidas mirarme, ciegas mis manos. Las caricias duermen a la intemperie.

Anatomía de los ojos

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Ya deshojo cosas; las margaritas se acabaron en el último suicidio de amor. Deshojo piedras: lajas blancas, sonrisas negras; deshojo orejas redondas y grises de paquidermos abandonados; deshojo ovejas descarriadas. Las cuento. Deshojo ojos; adivino en cada lágrima la última moradora, el último transeúnte devorado por boca-nadas de olvidos. ¡Mira que guardan muertos esos ojos! Deshojé los míos; murieron tantos fantasmas.

Donde duermen las lluvias

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Murió la tarde, como el trigo segado, como el viento desgranándose en brisas. Así nos desgranamos gastando los abrazos, los te quiero de lluvias, los siempre suspensivos, y al igual que el trigo, nos convertimos en masa para nuestro pan diario, y somos amantes sin la carne, implícitos en piel y noches; nadie nos vio, nadie lo sabe. Sólo las lluvias amándose sin verbos.

Niña chocolate

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Correré a tu lado a mi norte aunque no me veas derretirme adosado a tu sol. Niña de chocolate, papel de arroz sobre los pies del aire. Mujer en erupción tan natural como pétalos, una bocanada de risas. Tú, dueña de mis espejos: tus ojos.

Fisuras

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De pronto digo mansedumbre y aparece una boca austera llena de hambre; me besa la nostalgia, abraza lo irreconciliable, fatiga con creces las bisagras de mis ojos y salvajemente tierna me devora la ausencia. Por un instante soy vulnerable.

Hasta que el silencio cercene la lengua de mis versos

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Me retiro tres pasos ampliando el radio de mis ojos; distingo luces mortecinas sucumbiendo en corazones desposeídos; en la cornisa llora la vida oblicua a nuestro abandono. Te seguiré encontrando luego de las muertes de las rosas, sin vergüenza del llanto estéril. Nada vale más que tu piel que me sostiene. Amor crepuscular, el que me suicida con poemas y me renace en rocío-miel, zángano libertino de tu esencia. Tantas veces libaría tu sangre como siempre antes, como antes. Seguiré hablándote orgulloso de mordaza y pluma hasta que el silencio cercene la lengua de mis versos y la vida salte desde la cornisa con la última palabra desintegrada.

Como los peces de barro

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Tómame los abrazos como la memoria que regresa, planifica un tiempo de reencuentros, sin preámbulos, con la osadía de una gaviota queriendo ser pez en los remolinos, en la generosidad de un río que sube para devolver las aguas a las lluvias. Tómame en el preciso instante que quiebra la cascada, voltea tu vista hacia la orilla opuesta al sol; allí verás un velero agrietado, anclado entre rocas gastadas por los besos de tantas lluvias marrones, como las angustias de los peces de barro que pintan las orillas. También soy un pez de barro siguiéndote tras la crecida.

Supongo que fue tu manera de amar

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Ayer te vi mujer; nunca te amé tanto como ayer ni cuando sostenías mi vida de tu hilo desmadejado debajo de tus pies; pisabas mis pies. Supongo que fue tu manera de amar.

Los pájaros que inventamos

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Donde ya no estás, supura el plomo. De sus órbitas atómicas huyen los pájaros, los locos pájaros locos con sus risas histéricas. El gris obtura el cielo y no sé si lloverá, o sólo son nubes pasajeras espantando al último tren que se evapora, como sus bufidos de vapor gris. El tren de los pájaros locos; de los pájaros que inventamos.

Como todas las rotas margaritas

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He visto el amor rondando los parques, entrelazados ausentes, como si nada importara; lo vi resuelto a someter cuerpos, reducirlos a pieles desnudas, osadamente desnudas. Se arrastraba tras los árboles, se dejaba llevar en andas, en cuclillas o mansamente caer en la hierba; chorreaba estaciones, cualquiera, todas juntas. Florecía en tréboles, entre piernas de enredaderas, senos rosados, rosados como la juvenil vergüenza que ausente se desprendía de pudores sobre la hierba o sobre otro cuerpo verde, verde de besos, de colibríes alborotados sorbiendo polen fresco. Lo he visto refugiarse en la sangre del fuego transpirando aromas, alelado de axilas, dormirse luego, relajarse y volver a ser pudores cómplices. Y he visto un amor atardecer, refugiarse absorto entre distancias sin laureles ni boletos, subyaciendo en la gris mansedumbre de los días como la noche que inevitablemente nace para morir en silencio; como todas las rotas margaritas.

De esperas y lluvias

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He aprendido a sesgarte, a desdoblarte desde la esfinge a tu carne, desde la primera alborada hasta tus axilas de jazmines hasta ser el ombligo que te separa; todo eso con la habilidad de mis manos y el crudo invierno de los ojos que arrecia al abrazar aire, el aire inconsistente donde antes estabas. Pasas pero no pasas por el cedazo mezquino de intenciones de permanecer incólume en la borra del café, en lo que llamé huellas de amor de madrugadas imperecederas. Onírico despilfarro de deseos voluptuosos. Tras la derrota la incongruente vigilia se apoltrona a esperar una revancha; la última lluvia antes de la resignación. Gracias tuti (Anna)

Cuando calló la ola

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Le di mis calles, mis pasos gastados de seguirle, los pedúnculos de mis manos; todo porque había una urgencia enredada en el aire. Fue la noche del diluvio, donde las bestias apareadas en las sombras esperaban su arca hacia el exilio. / Yo, un paquidermo noctámbulo sobre el tejado, y el ancestral miedo que dentro del morral hubiese una jauría de ratones acechando / Le di mi absurda melancolía, las pálidas farolas de mi acera, el surco de glicinas desprendidas corriendo al costado de su huída. Fue la noche del diluvio. Cuando calló la ola los ratones ya no estaban; ella tampoco. Obra: EL ARCA Y EL DILUVIO - Gustavo Aimar

De todos modos

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Me basta saberte; aun en la desfachatez besando otras pieles ajenas, distantes, mientras elucubras indiferente mi ausencia. Cuando supongo que existes; me basta con saberte.

Grillos

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Tus recuerdos… tus recuerdos… cri-cri, cri-cri, cri-cri… ¿Dónde diablos dejé tus recuerdos?

Donde las mareas

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Brotó en la calle de improviso, como un trueno seco; descerrajó dos balazos de miel sobre mis ladrillos de vidrio, mis dos ojos de vidrio, mis lirios ciegos; irrigó arterias donde hubo intemperie de cirios. Se aposentó dueña ama-da-ma-gestuosa, señora de la vorágine con su espada cantarina entre mis costillas y la coraza. Fue mucho, mucho más que un sincope de mareas, mucho más. Demorará en retirarse.

Quizás te escriba algo

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Como un puzzle de sueño y piel intento rearmar mi memoria. Veintiuna piezas; noventa y nueve versos; mil otoños de marfiles de sonrisas y una canción que ya no desespera. Tantos días para re-armarte, para enmarcarte. Cinco lunas congeladas en la nevada de agosto, veintidós nuevas primaveras. Benedetti y su paso que pasa… ay! no me tientes, que si nos tentamos no nos podremos olvidar… Y no se puede olvidar un puzzle incompleto con todas sus piezas; la clave de sol que no está enmarcada aunque brille con su ausencia. Colocaré mi pieza, mi puzzle completo, la memoria que no olvida enmarca el sueño. Quizás amor, en otra primavera… te escriba algo.

Aquella tarde

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Toqué su hambre, adoré su virtud preñando vuelos y en la costa de isla inexpugnable, con cuarzo y fuego fertilicé su piel de arena. Estalló en rojas flamas el cerrojo de su cáliz. Llamó al mar y lavó su vergüenza; aquella tarde.

Coordenadas de un triángulo

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Todo desaparece en la rotación estéril de la tierra. Luego regresa. Cerramos los ojos y la osa mayor ya no está en el punto exacto de la esfera. La mesa cotidiana, disimula debajo del mantel, rodillas clandestinas en preludios. Debilidad consensuada; mi pie dentro de su braga. Fueron sus ojos la geometría, las coordenadas de un triángulo, marcación celestial de un big bang. Luego desaparecimos los dos: mi pie y yo. No regresamos. La osa mayor señalaba -debajo de la mesa- el vértice exacto de un triángulo.

Afuera corren buenos tiempos

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Calma, afuera corren buenos tiempos, y el aire, sortilegio de amapolas, enamora la ansiedad de la espera. Deja que tus marfiladas manos añoren el bronce de las estatuas con sus historias de verdes oxidados; no corras tras las palomas ellas sólo recogen migajas de los escombros. Sé tu misma, no te inventes. Fluye como el aire debajo de los aviones, levanta vuelo desde tu torre. Erige un castillo con miserias que te incomoden, destruye el puente sobre su fosa, siéntate a ver tu obra; y sonríe.

Encuentros (Cuartillas trisílabas)

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Seduces al aire que pasa dormido. Aromas en besos, perfumas auroras. Estampan tus labios la boca deseada. Derrites deseos; suprimes angustias. ----- Podría amarte sin miedos, por siempre. Ser calma, abrigo al viento, ciprés. El vino del sueño que riegue insomnios. El hábil botero que bogue tu piel. / Ser sólo amantes urdiendo encuentros /

Amnesia

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Tengo la extraña sensación de haberte muerto antes; antes de los litúrgicos recuerdos dominicales en la voz que te nombraba entre los coros de murmullos. Querías descansar en los fantasmas y yo te mataba, tantas veces como brotes renacías en los pliegues de mi obtusa memoria.