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Mostrando entradas de marzo, 2010

La consigna de otro intento

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Volver a amarte, volver al origen de donde nunca me he ido; de tu alborada azul de tu pequeño tutor de mimbre donde aún descansa mi sombra; allí sobre la planicie ansiosa de estíos. Volver hasta la orilla emancipada, hurgar en los trastos olvidados donde marchitas las hojas que escribimos reverdezcan en abrazos de lluvias; donde purgar la condena de los descuidos sea la consigna de otro intento. Volver y ser, la palabra en tu boca, el nombre austero que llamas, el que muerde tu melancolía tu espera imposible, la que no esperas desde la brújula rota olvidada en los jardines de un adiós egoísta. Volver y desoxidar los labios abarrotarlos de sabores nuevos y encontrarnos a la intemperie desnudos en el primer beso, sabernos antiguos amantes recuperando la magia de los sueños.

Despiertas...

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Amor hambriento, aliento a fecundo polen gestado entre tus piernas. Primigenio amor, lactancia adormecida, nido y cencerro llamando al albur a rebelarte, a ser la esfinge de caña dulce y morir bebida en la cosecha de la sangre, de tu sangre vertida, erupción volcánica amor de magma cediendo al conjuro ígneo de la carne.

Tu paz en calcetines sobre mi fachada

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Pasas y todo muta; los helechos se descuelgan en lluvias, los pisos cuadriculados giran, se tornan armoniosos calidoscopios; el gato se vuelve alfombra y tus pasos de seda peinan la brisa del silencio con su lenta melodía. Pareces la paz en calcetines recorriendo mis fachadas. Pero no te quedas, pasas a respirar huidas de corduras a embalsamar palabras en versos de yeso, irreconciliables con el anárquico ritmo de tus tiempos. Pides silencio, que hay ave emplumando miedos, que la frugalidad del nido servido corteja tu libertad de vuelos con chantaje de besos. Y pasas, como musa onírica en los acordes orgásmicos de mis versos, y el silencio calla para oírte en poesía; tu paz en calcetines sobre mis fachadas.

Viento, el mismo viento

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Me gusta el otoño con su calvicie de hojas con sus pestañas secas como hojas de recuerdos; cada una es una escama de memoria. Tú y las huellas regando de esencia; un soliloquio de espantapájaros en un campo de palomas y sus vuelos de hambres sobre la piel de sus harapos. En los surcos de una frente marchita, el otoño acumula tus hojas. Viento, el mismo viento susurra un nombre cosechado y las palomas sobrevuelan, el campo estéril de tu memoria.

Articulando-te

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Llegas, tocas, ordenas; impulsos contraen y relajan; vertiginosas hormonas, adrenalina en danza, euforia en suspenso; ciento veinte pulsaciones ecos de tu llegada; arritmias en Si bemol predicen en sostenido la eyaculación del alma. Articulando-te me desnudo, entre el beso y las palabras.

Cinco minutos

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Elegía de vientres anexados implorando dos toques de cesura, duelo de sábanas pintadas de transparentes huellas. El silencio pintó agujas en los ojos. Un cielo de terrazas caía del abandono y una cola de esperma flotaba sin su cuerpo, moría suavemente el éxtasis, arrollador génesis abortado. Cinco minutos aplacaron la urgencia, las agujas clavadas entre las costillas del tiempo sucumben como gigantes tótems en las espaldas indiferentes. Inexorable el tiempo acaba. Se duerme mirándose entre dos coordenadas extraviadas en el meridiano del vetusto deseo; la absurda mentira del amor eterno.

En el vértice de la aurora

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Palpar la piel, robar de a dos los besos a la tarde; eso dijimos, sentados al poniente de un deseo. Atravesar la puerta hasta esa luz, beber las calles desde la pausa del sol hasta el ansiado abrazo de las farolas. ¿Qué harás amor, cuando acabe la noche? Sonrío y callo sobornando en besos los radiantes jazmines de sus senos. Pienso. Mientras en el vértice de la aurora la luna musita un hasta luego. Palpar la piel, sustraer los restos de la tarde: trozos de sentidos esparcidos, leños calcinados, para renacer luego en cada beso de memoria cuando enrarezca el aire y el yermo vientre del deseo se haya ido. No tú ni yo; el deseo.

Abandono

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Apenas abro a tus ojos me descubro ausente, indiferente a tus miradas; el abandono y yo murmurando desconciertos. Cuando olvidas mirarme, ciegas mis manos. Las caricias duermen a la intemperie.

Anatomía de los ojos

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Ya deshojo cosas; las margaritas se acabaron en el último suicidio de amor. Deshojo piedras: lajas blancas, sonrisas negras; deshojo orejas redondas y grises de paquidermos abandonados; deshojo ovejas descarriadas. Las cuento. Deshojo ojos; adivino en cada lágrima la última moradora, el último transeúnte devorado por boca-nadas de olvidos. ¡Mira que guardan muertos esos ojos! Deshojé los míos; murieron tantos fantasmas.