Nos abrevábamos y eran tus risas cascadas de oro desde tus ojos, explotando en vértigos atómicos. Hacíamos de la nada el todo más absurdo, la nariz imperecedera del payaso; simulábamos la luna en los redondez de un queso; fuimos necesariamente espejos. Dime amor, relámpago azul atravesando mi estío; si el planeta rojo que inventé para ti sobrevivió al holocausto de los miedos; si la etérea rosa y su coraza soportó tus inviernos. Dime; si la espera del último tren arrancó de cuajo las telarañas que tejiste en los recuerdos dejando las huellas de tus agujas en tu enmarañada estratagema. Uno: el abandono; bronce oxidado de badajos; dos: la calle picada por los golpes de un guijarro. El perro sobreviviente de litigios, huérfano de guerras clandestinas de abrazos, se fue tras de ti, yo me quedé varado A lo lejos, el viento susurra un nombre: desconcierto -tras tus pasos-.