De uvas verdes
Tócame los músculos de la memoria y regresa cada tanto a decirme, que no soy tiza borrada en el aire. Recuérdame el haber no escrito en el muro de los perros negros: “que tarde se hizo para olvidarte”, y esta curiosidad malsana de saber si aún sigues, pegada a los ladrillos de la plaza del hambre, donde nos comíamos sin masticarnos, tragándonos como oblea de ostia; engarzándonos entre los dientes los besos de uvas verdes, justo antes de medianoche.